Carlos Slim Helú de México, el titán industrial cuyas propiedades abarcan las telecomunicaciones, banca, energía, tabaco y mucho más, ha creado una riqueza inimaginable en uno de los países más pobres del hemisferio occidental. En el último año su fortuna, ahora cerca de los $ 53 billones de dólares, ha crecido en $19 billones de dólares con respecto a 2009, un aumento que eclipsa cualquier ganancia por cualquier otro multimillonario en la última década. Él es la persona más rica del mundo según la lista que publica anualmente la revista FORBES. Slim (tanto su apellido familiar y su apodo) han superado la riqueza del oráculo de Omaha, Warren Buffett, el inversionista sabio que ha estado entre los cinco primeros por muchos años y su amigo Bill Gates.
Slim nacido en 1940 en Ciudad de México, acumuló su riqueza en una nación donde el ingreso per cápita es de menos de 6.800 dólares al año y la mitad de la población vive en la pobreza. Su riqueza equivale al 6,3% de la producción económica anual de México, si Gates tuviera un trozo similar en los EE.UU, tendría un valor de $784 billones de dólares. Es suficiente para que le de acidez a cualquier político populista..
En Hong Kong, tal vez, o incluso Finlandia, Slim sería proclamado como un campeón del capitalismo, un multimillonario hecho a pulso admirado por emplear 218.000 trabajadores y por empujar a su país en la era moderna. Pero no en México, donde los medios de comunicación y las masas han cultivado por largo tiempo una ligera sospecha de que hay algo sombrío acerca de Slim. Él es visto como un monopolista rapaz que construyó su imperio sobre las relaciones no santas con los presidentes y otros políticos mexicanos.